Cuando te persiguen...

Cuando te persiguen y toda dirección que coges es de peor avanzar que cualquier otra...
Cuando crees que has dado esquinazo y de golpe aparece frente a ti tu verdugo...
Cuando lo que había terminado no hace más que empezar...
Cuando sientes cómo el aire se hiela y se torna irrespirable...
Cuando te oprime el peso de tu propio ser...
Cuando todo lo que pudo no haber sido, de golpe y porrazo, es...

Sólo puedes agazaparte y esperar a que pase la tormenta.

Hízose la luz.

La luz, que da color a todo aquello que no es de triste gris, ha llegado. Y, con ella, los colores, poco a poco, como un revuelo de pájaros entorno a flores de cardo, vuelven a su sitio. Lo rojo, vuelve a ser rojo. Lo azul, azul. Y lo verde, más verde que nunca.

Como los brotes de una nueva primavera tras un largo y frío invierno, aunque ha sido casi como el florecer de las ramas de los tempranos almendros de la orilla del camino; quizás demasiado pronto para cuajar, quizás la señal de que algo grande ha comenzado.

Pero no todo van a ser brotes tiernos; siempre tendremos las duras piedras del camino sobre las que pisar cuidando de no trastabillar y acabar con todo demasiado pronto.